Las chicas, en general cualquiera, miraban sus ojos grandes y oscuros, el pelo elegantemente desordenado, la sonrisa atenta, el buen vestir moderno y casual, los dientes impecables, un leve toque de perfume sin aturdir los sentidos de una dama.
Ella hubiera reparado en como su mirada ensombrecía cuando perdía la vista hacia la ventana del colectivo, en los rizos que tomaban forma en su nuca, en el aroma a café quemado y la carencia de suavizante en su ropa, en las pecas que aparecían sobre su nariz cuando reía.