viernes, 29 de enero de 2010

Ocre

Se bajó del colectivo y, como si el ensueño terminara, se sintió mareada. Un peso reposó en su pecho, y tiraba de sus piernas cada paso, le hizo bajar la cabeza.
Y el ruido de la calle comenzó a enredar uno a uno sus pensamientos; ¿por qué tenía que tener un humor tan susceptible? Podía soplar aquella ventisca de la mañana y torcer sin fuerzas su predisposición, y lo que hacía un momento observaba con ojos de niña, se volvía ocre y nauseabundo. Miraba el mundo así, deformando las formas a cada instante. Y se odiaba por eso. Toda la esperanza matutina se retiró.