viernes, 29 de enero de 2010
Tilo y café
Llegó a su trabajo, abrió las ventanas, limpió su escritorio, perfumó con los tilos de la vereda su oficina, hizo revolotear la nube de notas que se acumulaba como una tormenta sobre su espalda. Todo se llenó de luz y de movimiento, y pensaba esto mientras calentaba el agua; todavía no había llegado nadie esa mañana, entoces él era el rey del espacio y de su proipio cuerpo. El café y el tilo eran su alma que crecía. Uno a uno empezaron a llegar los demás empleados, a pedir café, a arrastrar sillas y llenar las paredes blancas de papelitos. Casi sin notarlo, su alma se hizo libre a través de la ventana y lo dejó solo en aquél edificio.
Ocre
Se bajó del colectivo y, como si el ensueño terminara, se sintió mareada. Un peso reposó en su pecho, y tiraba de sus piernas cada paso, le hizo bajar la cabeza.
Y el ruido de la calle comenzó a enredar uno a uno sus pensamientos; ¿por qué tenía que tener un humor tan susceptible? Podía soplar aquella ventisca de la mañana y torcer sin fuerzas su predisposición, y lo que hacía un momento observaba con ojos de niña, se volvía ocre y nauseabundo. Miraba el mundo así, deformando las formas a cada instante. Y se odiaba por eso. Toda la esperanza matutina se retiró.
Y el ruido de la calle comenzó a enredar uno a uno sus pensamientos; ¿por qué tenía que tener un humor tan susceptible? Podía soplar aquella ventisca de la mañana y torcer sin fuerzas su predisposición, y lo que hacía un momento observaba con ojos de niña, se volvía ocre y nauseabundo. Miraba el mundo así, deformando las formas a cada instante. Y se odiaba por eso. Toda la esperanza matutina se retiró.
lunes, 11 de enero de 2010
Cosquillas y esperanza
Sintió que algo le estiraba sus rizos en la nuca, que lamía sus pecas y pasaba la mano sobre su saco áspero, tratando de alisar el olor a café que vestía esa mañana. Esta vez no pudo perder la vista en la ventana del colectivo pues no se sentía perdido, se sentía con calor. Un calor que lo estaba mirando, mirando con el pensamiento, ahí. Las cosquillas de calor abrieron sus manos para que pudiera atrapar todo el deseo que sentía.
Tres minutos
Es que estaba como embobada ese día, y salió zumbando, pensando en otras cosas, que ni miró el reloj. Las agujas del reloj de la cocina tenían dos enanitos celestes adosados, quienes cada tanto se escondían uno detrás del otro como jugando, y hoy parecía que ellos pequeños dos eran directores de una broma general para confundirla. Era una conspiración de sus cosas que la llevaron a perder por media cuadra el tren, y tomarse ese colectivo que dobló la esquina de manera poco inocente.
martes, 5 de enero de 2010
Mirada
Las chicas, en general cualquiera, miraban sus ojos grandes y oscuros, el pelo elegantemente desordenado, la sonrisa atenta, el buen vestir moderno y casual, los dientes impecables, un leve toque de perfume sin aturdir los sentidos de una dama.
Ella hubiera reparado en como su mirada ensombrecía cuando perdía la vista hacia la ventana del colectivo, en los rizos que tomaban forma en su nuca, en el aroma a café quemado y la carencia de suavizante en su ropa, en las pecas que aparecían sobre su nariz cuando reía.
Ella hubiera reparado en como su mirada ensombrecía cuando perdía la vista hacia la ventana del colectivo, en los rizos que tomaban forma en su nuca, en el aroma a café quemado y la carencia de suavizante en su ropa, en las pecas que aparecían sobre su nariz cuando reía.
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