Ese día iba a ser distinto, porque sintió alborotarse su respiración en la garganta. Y le pasó en la cocina, un lugar inusual (si lo pensamos). Primero un alboroto torpe y confuso, luego de nerviosismo. Nerviosismo como el amor recién nacido, bebé.
Quiso no darse cuenta, se ató el pelo largo, etéreo que se desmayaba en su espalda. Quiso terminar su té, perfumar de jazmines la nuca. No pudo porque el amor, en una forma muy indiscreta, se le había antojado esa mañana.