martes, 22 de diciembre de 2009

El aire de la mañana

Como si fuera un álito ajeno, el aire llenó su pelo, besó sus puntas, llenó su escote, abrió su piernas. Se sintió llena de espacio. Llena. Hacía tantos días que se sentía vacía, que a veces el viento la atravesaba como si fuera transparente inmaterial, y a veces el mismo viento podía ocupar todos sus espacios. Como el viento de hoy, que le traía un aliento desde alguna boca lejana que quería amarla.
El mismo viento de empujón la sacó de su casa.

domingo, 13 de diciembre de 2009

Al trabajo

Con agua se aplastaba el pelo, ese flequillo indecente que todas las noches se retorcía en silencio para luego, por la mañana, hacerle la vida imposible. No iba a dilucidar la mecánica de el cabello, no estaba para eso. Presionó hacia arriba el nudo de la corbata y antes de salir con el turrón Arcor en la mano, se detuvo a observarse en el espejo un minuto más. ¿Por qué? Nunca se entregaba a su propia consideración dentro de las infinitas posibilidades de un espejo. Odiaba los espejos. Era una mirada fría que el mundo tal vez tenía de él. Fría, vacía, incómoda. El frío le dolía.
Pero hoy tuvo que quedarse mirando un rato más, porque algo había de distinto en esa mirada que le entragaba el mundo del espejo. No era tan fría.

domingo, 6 de diciembre de 2009

Desayuno

Ese día iba a ser distinto, porque sintió alborotarse su respiración en la garganta. Y le pasó en la cocina, un lugar inusual (si lo pensamos). Primero un alboroto torpe y confuso, luego de nerviosismo. Nerviosismo como el amor recién nacido, bebé.
Quiso no darse cuenta, se ató el pelo largo, etéreo que se desmayaba en su espalda. Quiso terminar su té, perfumar de jazmines la nuca. No pudo porque el amor, en una forma muy indiscreta, se le había antojado esa mañana.